Por Antonio Moreno – Periodista
En el día de San Lorenzo, me gustaría recordar su vida y la actualidad absoluta de su mensaje.
Lorenzo era uno de los siete diáconos de Roma y, como tal, encargado del servicio a la Iglesia y a los pobres.
Detenido, fue llevado ante las autoridades que le exigieron entregar todas las riquezas y tesoros que habían oído que poseía la Iglesia. Lorenzo obedeció y se presentó al día siguiente acompañado de la multitud de pobres a los que asistía ya en aquel entonces (s III) la comunidad cristiana.
Lleno de cólera, el prefecto lo mandó asar en una parrilla a fuego lento. Lorenzo soportó el martirio lleno de fe y (cuentan) que incluso le llegaron las fuerzas para pedirle a los verdugos que le dieran la vuelta para terminar de hacerse por el otro lado.
La cantinela de “las riquezas de la Iglesia” sigue hoy sonando tan fuerte como en aquel entonces. Es normal entre las personas para quienes lo único importante en la vida es el dinero.
No pueden entender que un sacerdote renuncie a su carrera profesional y se dedique a atender una parroquia con un sueldo de obrero. Piensan: aquí hay gato encerrado.
No entienden que tras el ciertamente ingente patrimonio inmobiliario de la Iglesia (2.000 años de historia y devoción dan para mucho) lo que hay es una enorme carga para poder mantenerlo.
Hablamos de joyas artísticas como catedrales y de otras menos ricas desde el punto de vista artístico, pero de un altísimo valor sentimental, como las parroquias, santuarios y ermitas de pequeños pueblos y aldeas. ¡Los hay a miles!
Un patrimonio que ciertamente es de la Iglesia, pero en el sentido más estricto de la misma: es del Pueblo de Dios, de la comunidad cristiana, de todos los bautizados, no solo de la jerarquía, por lo que esta no puede disponer de ellos tan alegremente.
La mayoría de ellos son edificios muy antiguos que necesitan constantes reparaciones y rehabilitaciones, así como costosísimas restauraciones en caso de contar con piezas de valor artístico.
Aquellos para quienes solo existe el dinero y no las personas, no pueden entender que la Iglesia sostenga todo este patrimonio sin convertirlo en cash, e imaginan y propagan viejos chismes que ya dan hasta arcadas escucharlos por antiguos y falsos. Conspiranoicos que ven solo sotanas ávidas de riquezas y lujos.
Ha habido tristes ejemplos de quienes han sucumbido ante la tentación de la riqueza. ¡Pero generalizar es de locos!
¿Cuántos millones, sí, millones de cristianos (sacerdotes, monjas y, por supuesto y sobre todo, seglares) en el mundo trabajan día a día y luchan por la dignidad de la persona, por el valor de la vida, por una sociedad más justa y solidaria?
¿Cuántas instituciones como la Iglesia pueden presumir de contar con cientos de miles de “sucursales” (parroquias, templos, capillas…) dónde la gente sabe que puede acudir a encontrar consuelo, esperanza, compañía y ayuda de todo tipo a través de Cáritas?
¿Cuántas instituciones pueden presumir de contar con la pluralidad de centros que posee la Iglesia en los ámbitos de salud, educación, formación profesional, investigación o atención social?
¿Cuántos de los que hablan de las riquezas de la Iglesia conocen de verdad la labor de los miles de misioneros y misioneras en los países más pobres?
¿Cuántos de ellos conocen la labor de las Caritas en cada pueblo, en cada barrio, junto a quienes nadie quiere, junto a quienes nadie escucha, porque como no tienen dinero nadie se fija en ellos?
Muy pocos, ¿verdad? Por eso nos toca seguir soportando la mentira que ya en el siglo III tuvo que soportar San Lorenzo.
Dejándonos asar por ella a fuego lento mientras continuamos con nuestro trabajo silencioso en favor de toda la humanidad, sobre todo de los que más lo necesitan.
Y cuando alguien te vuelva a dar la brasa con la cantinela de las riquezas de la Iglesia dile, como dicen que dijo San Lorenzo: «dame la brasa por el otro lado que por este ya estoy un poco quemado»
Qué opinas?