Por Paula Vitale
Tecno violencias, violencia en línea, violencia mediática, violencia digital son las diversas maneras de nombrarla. Hablamos de una forma de violencia hacia las identidades de género diversas que se ejerce a través de medios digitales, utilizando las nuevas tecnologías. Usualmente se minimizan, pero estos modos no son diferentes a los que ocurren afuera de los espacios virtuales, en espacios físicos públicos y privados.
Las secuelas de este peligro cibernético son psicológicas, ya que internet permite el contacto entre personas desde la distancia.
¿Cuántas veces hemos visto o difundido algún video o foto que nos ha llegado? ¿Cuántas veces hemos utilizado discursos de odio, expresiones discriminatorias o descalificantes? Un hecho que justificamos con decir “relajen, es Twitter”.
Si pensamos en profundidad todxs, en algún momento por mínimo que sea, somos víctimas o victimarixs de ciberviolencia. Es tan común pelear en las redes sociales, el hecho de recibir likes, la difusión que esto genera es excitante.
Es automático el repudio al acoso o a la violencia explícita. ¿Qué pasa cuando no es tan directo? ¿Qué pasa cuando se minimiza? ¿Realmente somos conscientes del daño que podemos provocar o del daño al que estamos expuestos?
¿Hasta qué punto asumimos la responsabilidad cuando todo es tan volátil en las redes? ¿? ¿Nos olvidamos al otro día de los intercambios? ¿La víctima sufre un daño que perdura?
La facilidad de hacer daño, ayudada por un alto grado de impunidad y las dificultades de mantener la privacidad, van de la mano con el contacto permanente con la víctima, en forma de control, que el que agrede puede mantener de manera especial e instantánea.
Lo virtual es real
Hoy esta frase carga con más veracidad en tiempos de pandemia. La comunicación a través de sistemas informáticos y tecnológicos se intensificó. El aislamiento, la falta de contacto “face to face” que acarrea una transposición de nuestras actividades a la pantalla genera malestar, incomodidad y profundo cansancio producto, entre otras cuestiones, de la dificultad para delimitar mundos públicos y privados.
¿En qué momento la esfera digital corrompe la vida privada?
Cuando cada usuarix crea un perfil en una red social debe entregar datos sensibles sobre su persona y su vida. Este es solo el inicio, luego se completa con todos contenidos que se deciden publicar. Esta entrega voluntaria de información personal es sólo una de las maneras en que parte de la vida privada pasa a ser pública. Y el otrx puede tomar todo ese bagaje de información y usarlo de manera indebida.
El plano virtual y el plano presencial
En un punto se fusionan y son parte de nuestra vida. Lo que otrxs usuarixs publican de nosotrxs en las redes sociales hace que el control sobre lo que se quiere mostrar al mundo ya no esté solo en las manos del propio usuario. En ese quiebre, donde no tenemos control, aparece la ciberviolencia.
La diferencia de pensamientos, de ideales, de formas políticas de pensar, de lo que es correcto o no para cada unx, es válido en todos los planos. El problema surge cuando la intolerancia aparece. ¿Es una falta de respeto a lo diverso, hacia la otrx persona?
El límite de una interacción social se sobrepasa cuando no se respeta al otrx. ¿Allí es donde no podemos ver el dolor que se provoca?
La palabra violencia es chocante, pero cuando se intimida, se difunden de manera no consentida contenidos íntimos, ya sea información o contenido digital de una persona, se usan expresiones discriminatorias, discursos de odio, cuando se afectan los canales de expresión del otrx para ridiculizarlx o censurarlx, se ejerce violencia.
En definitiva, mi límite sos vos.
Qué opinas?