Escribe Carlos Alfredo Rinaldi (Abogado)
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Nuestra cultura reconoce sus bases en la “Masculinidad Hegemónica”. Nuestra tradición occidental, nuestra herencia antropológica, reconoce en el “hombre”, mejor si blanco y propietario, su “centralidad”.
Esta concepción homogeniezante y totalitaria, coloca al mandato de masculinidad y a sus reglas de “heteronormatividad”, como primera y única razón de su sistema de creencias, valores y cohesión social. Es decir, condiciona la producción de la subjetividad a una lógica binaria: “lo masculino” y “lo femenino”.
Nos enseña Bonino que esta “Masculinidad Hegemónica”, “…no es solo una manifestación predominante, sino como tal queda definida como un modelo social hegemónico que impone un modo particular de determinación de la subjetividad, la corporalidad, la posición existencial del común de los hombres y de los hombres comunes, e inhibe y anula la jerarquización social de otras masculinidades, más aún en estos tiempos de globalización homogeneizante donde la MH también lo es…” [1]
Durante siglos, lo femenino, estuvo ligado a nociones de debilidad, de minoridad, de resignación de derechos frente la pretendida vigorosidad y autosuficiencia de lo masculino.
En este “binarismo” se asentó la división social del trabajo, que durante mucho tiempo asiló a la mujer en las tareas del hogar y colocó al hombre en la obligación de proveer al sustento para ‘su prole’.
Más cercanamente, estos esquemas antojadizos se han roto con la incorporación de la perspectiva de género, aun cuando la mujer trabajadora todavía pugna por democratizar la “segunda jornada” (compresiva de las tareas domésticas y del cuidado de los hijos, que todavía se reparte disparmente), la retribución igualitaria por el mismo trabajo, y el “cursus honorum” en todos los espacios de Poder, antes dominados por la “masculinidad” con exclusividad.
Anota Pierre Bourdieu, “(…) la dominación masculina tiene todas las condiciones para su pleno ejercicio. La preeminencia universalmente reconocida a los hombres se afirma en la objetividad de las estructuras sociales y de las actividades productivas y reproductivas, y se basa en la división sexual del trabajo de producción y de reproducción bilógico y social que confiere al hombre la mejor parte, así como los esquemas inmanentes a todos los hábitos (…)”.[2]
Con su habitual irreverencia, nos enseña Rita Segato; “…Ninguna sociedad trata a sus mujeres tan bien como a sus hombres” dice el Informe sobre Desarrollo Humano de 1997 del PNUD y, al decir eso, no está hablando de la anormalidad o de la excepcionalidad de las familias con hombres violentos sino, muy por el contrario, de las rutinas, de la costumbre, de la moral, de la normalidad…”[3]. Con ello pretende denunciar que aún nuestros beneméritos cuerpos legales (cargados de pretensiones y enunciaciones ampulosas), cuando pretenden un abordaje de género, resultan una herramienta de reproducción discursiva de los mandatos de masculinidad, amparados en el artilugio de la igualdad formal. Más no en la diversidad real.
Pensar una sociedad más igualitaria, sin violencias, sin discriminaciones, sin delitos de género, supone una pelea que debe darse en el cotidiano. Debe foguearse en casa, en la escuela, en la calle.
El colectivo de Mujeres, particularmente el argentino, ha producido en estos años más debates que los que el “Patriarcado dirigente argentino” se animó a dar desde la ‘Conquista del Desierto’ a la Reforma Constitucional de 1.994. Aborto Legal, Seguro y Gratuito, Educación Sexual Integral (ESI), Identidad de Género, entre tantos. Motivos para reflexionar y celebrar este 8 de Marzo, y todos los días.
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[1] BONINO, Luis, Masculinidad Hegemónica e Identidad Masculina, Dossiers Femenites 6, 2010, Pág. 8.
[2] BOURDIEU, Pierre, “La Dominación Masculina”, Edit. Anagrama, 2010, pág. 49
[3] SEGATO, Rita, “Conferencia: Las Estructuras Elementales de la Violencia”, Brasilia, 2003.
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