Por Carlos A. Rinaldi (Abogado – Especialista en Derecho de Familia)
La infancia, desde la concepción tradicional de Aries[1] y hasta sus teorizaciones más recientes, se ha caracterizado por constituir un espacio vital de la persona sometida al poder de imperio de los adultos.
Es que el mundo de la infancia se identifica con el período de establecimiento de los barruntos del adulto futuro. Allí aprehendemos las herramientas primeras de nuestra sociabilidad, por ello, la presencia recurrente en su desarrollo de diversos discursos dominantes: el de los padres y abuelos (impulsando el legado del mandato familiar), el de la escuela, que no es otro, más que el de la traducción del mandato del Estado como herramienta de control social, y el de la sociedad civil con sus variopintos anclajes: culturales, religiosos, políticos, etc.
Son muchas las construcciones y/o representaciones que se han tejido sobre la Infancia. Algunas han respondido a idealizaciones o supercherías. Por caso, en la literatura norteamericana, con pretensiones de universalidad y vigencia, aun en nuestros días, se satirizó la imagen de los niños rebeldes y aventureros con estereotipos como los Huck Finn o Tom Sawers. Esos niños libres, atrevidos y resueltos capaces de sortear las argucias de los adultos sin sucumbir a ningún peligro.
Esos imaginarios construyeron en torno a la niñez, preconceptos, prejuicios o presunciones falsas que, como lo advertimos, idealizaron la imagen de los niños, de sus universos y de sus contextos de desarrollo.
Sin embargo, la niñez como colectivo, como ciclo vital, como campo, no responde a patrones universalizantes o totalizadores, sino más bien a particularismos que requieren de una individualidad y especial atención.
Se ha planteado acertadamente; “…Ser niño, educarse, recibir cuidados, no son experiencias universales. No solo varían de un individuo a otro, sino que están unidas -en forma dinámica- a las normas y prácticas vigentes en cada momento histórico y de acuerdo a las distintas realidades sociales…”[2]
Es que englobar a toda la niñez dentro una etiqueta sin reparar en los aspectos que hacen a su conformación, caracteres y diferencias, importaría un reduccionismo. Un mero simplismo, contrario a cualquier análisis serio sobre su fisonomía, sobre su arqueología.
Si entendemos este parámetro desde el comienzo, será más lógico hablar de las Infancias y no de una sola Infancia.
Es que las Infancias son tantas, y tan variopintas, como las prácticas, las sociedades y las culturas en que existen y transcurren.
Precisamente, la consideración de las Infancias se encuentra íntimamente ligada a la concepción de Cultura. Existe toda una “Cultura” en torno al lugar y cuidados que asignamos a los niños.
Por supuesto, esta tematización, esta teoría, no ha traspasado incólume el devenir de los tiempos. Pues la “Cultura”, como concepción eminentemente social, tampoco se ha mantenido estática en su evolución histórica y social.
Nos enseña Bustelo, “…que la Infancia como todo campo está compuesto de enfoques, análisis y conceptos, por la práctica que incluye un conjunto de acciones, programas y políticas y, finalmente, por una amplia gama de participantes…”.[3]
La Infancia comprende discursos que construyen subjetividades y relaciones de dominación en torno a su campo de acción, el que como tal, se encuentra plagado de ambigüedades.[4]
No es fácil ser niño/a, sobre todo en un tiempo atravesado por violencias, por abandonos, por la pobreza y el aislamiento. No es fácil superar el cliché que rodea el imaginario que tenemos sobre las Infancias. Tal vez este tiempo sea una oportunidad para reflexionar sobre ese lugar que aspiramos a que la niñez ocupe, aunque como adultos muchas veces nos sintamos incómodos. Pues el decir de las Infancias, está plagado de verdades.
[1] ARIES, Pilliphe, “La Infancia y la Vida Familiar en el Antiguo Régimen”, Buenos Aires, Taurus, 1995, Capítulo I.
[2] SANTILLAN, Laura, “Las Iniciativas Educativas bajo análisis: Notas sobre la dimensión social y Política del cuidado infantil”, Propuesta Educativa, N° 37, 2012, Buenos Aires, págs. 17 a 27.
[3] BUSTELO, Eduardo, “El recreo de las Infancias. Hacia un nuevo comienzo”, Buenos Aires, Edit. Siglo XXI, 2001, pág. 23.
[4] BUSTELO, Eduardo, ob. cit., pág. 76.
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