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El oficio de los progenitores

Por Carlos Alfredo Rinaldi – Abogado. Especialista en Derecho de Familia

Carlos Rinaldi

“Déjate llevar por el niño que fuiste” [1], nos enseña el inolvidable José Saramago, y remata; “…El niño que fui no vio el paisaje tal como el adulto en que se convirtió estaría tentado de imaginarlo desde su altura de hombre…[2]

Durante los últimos días de diciembre, conocimos la noticia de una madre, que en el marco de un régimen de comunicación supervisado por el Juzgado de Familia de San Lorenzo, se llevó por casi una semana a su hijo, desobedeciendo los alcances del procedimiento e incumpliendo gravemente con una disposición judicial.

Más allá de los nombres de los protagonistas (que no vienen al caso), esta desafortunada experiencia, que finalmente tuvo un final feliz, vale decirlo, nos obliga a reflexionar sobre una problemática profunda; ¿Cómo ejercemos responsablemente la parentalidad?

El principal error en que muchos progenitores caemos, reside en “creer” que “nuestros hijos nos pertenecen”. Tanto, como si sobre ellos pudiésemos ejercer una potestad de dominio. Grosero error.

Esa facultad de dominio, podemos tenerla sobre las cosas, más no sobre las personas. “Apropiarnos” de nuestros hijos, es una forma de “cosificarlos”, de negarles su dignidad humana y tutelarlos cuál objetos sin voluntad, decisión o deseos propios.

 Esa instancia de deshumanización de la minoridad”, propia de las corrientes del pensamiento positivista del Siglo XVII/XIX, ha sido largamente superada. El patronazgo feudal sobre la Familia, en especial sobre los hijos, ha perimido.

La idea del padre rector, juez y garante de la autoridad, “amo y señor de su prole”, pertenece al terreno de las antigüedades y no puede permear en la lógica democrática, liberal y afectiva de los nuevos escenarios familiares.

Además, el ejercicio racional de la responsabilidad parental, coloca a los progenitores a ejercer un rol de moderación entre sus derechos/deberes y los de los hijos, basados en entendimientos y acuerdos, en los que debe respetarse el interés de estos últimos y su autonomía progresiva para decidir.

Las malas decisiones de los progenitores se inscriben a fuego en la biografía personal de los hijos, y se transforman en una carga que a futuro condicionará las relaciones de trato de éstos para con sus propios hijos.

Por caso, en experiencias como las que traíamos a cuenta como disparador de este artículo; ¿Cómo puede reconstruirse sanamente el vínculo, cuando uno de los progenitores adopta una posición tan extrema? ¿Qué capacidad de redireccionar el conflicto tiene la Justicia, cuando se la ha desacreditado o burlado tan toscamente? Obviamente, la ayuda interdisciplinaria deberá aportar las herramientas para encausar las resentidas relaciones afectivas afectadas por una decisión sumamente equivocada. Que así sea.

La responsabilidad parental y el ejercicio de los cuidados de nuestros hijos, es una empresa que reconforta, pero que también abruma y exige. Nos toca a los progenitores analizar sus alcances, medir las consecuencias de nuestras decisiones y buscar la ayuda pertinente cuando entendemos que esa tarea nos excede.

Al fin y al cabo, superando las idealizaciones, los binarismos, los mandatos y las convenciones culturales, quizá, podamos evitar trasmitir a nuestros hijos, nuestras propias frustraciones. “…Nos empeñamos en dirigir sus vidas, sin saber el oficio y sin vocación, le vamos transmitiendo nuestras frustraciones, con la leche templado y en cada canción…”, nos enseña bellamente el trovador. 


[1] SARAMAGO, José, “Las Pequeñas Memorias”, Alfaguara, 2010.

[2] SARAMAGO, José, Ob. Cit., pág. 16.

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