Escribe Lucas Esteva
El 18 de abril, en Nicaragua, comenzaron una serie de manifestaciones estudiantiles en contra de la reforma del sistema de seguridad social del gobierno de Daniel Ortega, las cuales fueron criminalizadas y violentamente oprimidas por la policía. Los ciudadanos, cansados del abuso de poder y de la corrupción, le piden desde entonces al presidente que adelante las elecciones, estimadas para el 2021; su negativa e indiferencia al reclamo popular hace que se intensifiquen las protestas, y por lo tanto, las agresiones y el clima violento.
Desde 2007, Daniel Ortega gobierna Nicaragua por el Frente Sandinista de Liberación Nacional. En 2016 ganó unas polémicas elecciones, opacadas por denuncias de fraude e intimidación, en las que su partido obtuvo nuevamente la presidencia y una amplia mayoría de los escaños de la Asamblea Nacional. El nicaragüense, viejo aliado de Hugo Chávez y Fidel Castro, parece seguir el camino de Nicolás Maduro, y hoy sus conciudadanos no dudan en acusarlo de haberse convertido en el dictador que derrocó con la Revolución Sandinista de 1979.
Durante los primeros días de disturbios, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) elaboró un informe preliminar sobre las “graves violaciones a los derechos humanos en el contexto de las protestas sociales en Nicaragua” donde reporta “el uso excesivo y arbitrario de la fuerza policial; el uso de grupos parapoliciales o grupos de choque con la aquiescencia y tolerancia de las autoridades estatales; obstáculos en el acceso a la atención médica de urgencia a los heridos, como forma de represalia por su participación en las manifestaciones; un patrón de detenciones arbitrarias de jóvenes y adolescentes que participaban en protestas; la difusión de propaganda y campañas de estigmatización, medidas de censura directa e indirecta; intimidaciones y amenazas contra líderes de movimientos sociales y falta de diligencia en el inicio de las investigaciones respecto de los asesinatos y lesiones ocurridos en el este contexto”.
Por todo esto, se vió obligada a instalar un Mecanismo Especial de Seguimiento para Nicaragua (MESENI),cuyo equipo técnico fue enviado a Managua el 24 de junio y trabaja desde entonces en el lugar registrando ataques, elaborando informes e intentando dialogar con el gobierno y los ciudadanos para intentar superar la crisis sociopolítica.
Al mismo tiempo que comenzaban las revueltas en Nicaragua, más precisamente el 14 de abril, nos despertamos con la noticia de que Estados Unidos, en coalición con Inglaterra y Francia, había bombardeado las afueras de Damasco, con el objeto de destruir los centros de producción y almacenamiento de armas químicas con las que el gobierno del dictador Al Assad hijo ataca a sus cuidadanos. Ese día descubrimos el drama sirio y no tardaron en aparecer posteos en las redes sociales y cadenas de WhatsApp hablando pestes de los aliados. Nuestros televisores se cubrieron de las crudas imágenes de la guerra y litros y litros de tinta fueron volcados en papel para contar las atrocidades cometidas del otro lado del globo. Sin embargo, no tenemos el timeline de nuestras redes sociales lleno de fotos amarillistas que muestren las calles de Nicaragua, donde la represión ya dejó más de 300 muertos (más que en Venezuela, en lo que va del año). Tampoco leemos posteos de personas cansadas de los abusos de poder, que repudien la irregularidad con la que los protestantes y opositores al gobierno de Ortega son privados de su libertad, sin orden judicial, ni información del delito al detenido, ni juicio justo en manos de un juez competente. O que pidan por los niños, estudiantes y trabajadores que agentes policiales y paramilitares secuestraron y/o torturaron, estando muchos de ellos aún desaparecidos.
Si toda violencia es intolerable, teniendo, los seres humanos, la capacidad e inteligencia suficiente para llegar a acuerdos pacíficos mediante el uso de la palabra, ¿por qué con algunos somos empáticos y a otros les damos la espalda? ¿Acaso hay violadores de Derechos Humanos buenos y malos? ¿Existen causas que justifican conculcar derechos de primera categoría?
Propongo que reflexionemos. Reconozcámonos en falta con Nicaragua. No seamos indiferentes y juzguemos a los dictadores en el ágora pública. No toleremos a quienes se llenan la boca hablando de libertad y democracia, pero no hacen nada por garantizarlas, porque a fin de cuentas, la empatía a medias, no es empatía en absoluto.
Qué opinas?