Escribe Carlos Alfredo Rinaldi
(Abogado – Especialista en Derecho de Familia)
carlosrinaldiabogado@gmail.com
La problemática de la pobreza estructural en la Argentina y en Latinoamérica, se ha extendido y agudizado sobre todo a partir de la década del ’90. Las grandes excluidas de la deuda social argentina, son las Infancias Pobres. En este sentido es dable remarcar la caracterización de este fenómeno como: Infantilización de la Pobreza.
La Infantilización de la Pobreza recrudece a través de otros fenómenos asociados a ésta; los bajos niveles de alfabetización, la falta de ingresos regulares en determinados grupos familiares, la marginalidad, etc.
Estos escenarios se han caracterizado por responder a modelos de crisis que han castigado a los sectores populares, profundizando el abanico de falta de oportunidades. La “mundialización de la crisis” condujo a la aplicación de políticas comunes internacionales para su superación. La apertura de los mercados, la desestatización de la economía y la flexibilización laboral conforman hasta hoy el trípode organizador capitalista.[1] Pero lejos han estado de resultar una respuesta adecuada a los problemas asociados a la pobreza estructural.
La familia es quizás, una de las formas institucionales que muestra de forma más transparente la crisis. En América el “matrifocalismo”[2] creciente es un dato importante de transformación. En los sectores con Necesidades Básica Insatisfechas (N.B.I.), del conurbano bonaerense, casi el 45% de las familias tienen por cabeza y soporte a una mujer. Con respecto a los sectores medios, pareciera que esta tendencia también se repite.
Podría afirmarse que se tiende a una configuración familiar que tiene a una mujer como principal cabeza (aunque no la única, si se compatibiliza el trabajo infantil). En los grupos domésticos de sectores populares, se produce una precarización mayor, en la medida en que las mujeres reciben salarios menores y prioritariamente son ocupadas en trabajos informales.[3]
Este escenario de desventaja para la “mujer proveedora” se articula disvaliosamente con la inestabilidad laboral masculina, con el peso de la baja del valor del trabajo, con la migración temporaria por razones de empleo (muchas veces, de grupos familiares enteros) y con transformaciones de las representaciones del género.
Con respeto a las familias “típicas” su sostén requiere de más trabajo. El salario medio de un trabajador industrial argentino formalizado cubre apenas el 40% de los gastos de una familia tipo, de manera que difícilmente puedan mantenerse las condiciones de subsistencia dignas con un solo trabajo por grupo doméstico.
El aumento global de horas dedicadas a la subsistencia restringe el intercambio dentro del grupo doméstico y disminuye la disponibilidad para el cuidado entre y hacia sus miembros, en circunstancias en que parte del apoyo externo comunitario también se debilita (guarderías, servicios de salud, etc.).[4]
Por último, y quizás como su aspecto más inquietante sucede también una tendencia a la “labilización” de la estructura familiar en su conjunto, particularmente en los grandes conglomerados urbanos, que se manifiesta en la pérdida de continencia hacia sus miembros más frágiles: los niños, los ancianos y los enfermos. Si bien esto no es una novedad de la década (siempre hubo desamparados), es su masividad y la forma abrumadora en que desborda las deterioradas formas sociales de asistencia los que le da un nuevo perfil.[5]
Por ejemplo, cuando un fenómeno como el de los “niños en calle” adquiere notoriedad, obliga a pensar subjetividades constituidas en relación con otros niños. Un mundo de Peter Pan de la marginalidad, donde grupos infantiles establecen sus reglas y despliegan sus estrategias de sobrevivencia en resquicios de una sociedad que no tiene espacios para ellos.[6]
Robert Castel, ubica las situaciones marginales al final de un doble proceso de desenganche al trabajo y a la inserción relacional; en este punto define la situación de “desafiliación”.[7]
La “desafiliación” social, sobre todo de las Infancias vulnerables, coloca a millones de niña/os frente a una palmaria falta de oportunidades en relación con otros niña/os. Siendo más grave aún la tendencia, cuando la pauperización de la clase media condena a cientos de niños y niñas, hasta ayer integrantes de grupos familiares relativamente estables, a traspasar salvajemente al estándar de “desafiliados” al sistema.
A lo largo de la presentación de un detallado estudio correspondiente al procesamiento de datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del primer semestre del año 2019, Unicef informó que los chicos de 0 a 17 años alcanzan un valor de pobreza 10 puntos por encima del registro de la población general (38%) y en números de rostros visibles esto abarca a 6,3 millones de niños, niñas y adolescentes.[8]
[1] ALTAMIRA, Carlos. Crisis y Movimiento Obrero ¿Hacia una nueva centralidad obrera?, Revista Margen Izquierdo, Año 1993, N° 7, Bs. As.
[2] MENÉNDEZ, Edmundo, Grupo doméstico y proceso salud/enfermedad/atención. Del ‘teoricismo’ al movimiento continuo, Cuaderno Médico Sociales N° 59, Marzo 1992, Rosario.
[3] MASSIAH, Joselin, “La Mujer como Jefe de Familia en el Caribe: Estructura Familiar y condición social de la Mujer”, U.N.ES.C.O., París, 1984.
[4] CASTEL, Robert, “La dinámica de los procesos de marginalización”, El espacio institucional I, Lugar Editorial, Bs. As., 1991, pág. 39.
[5] STOLKINER, Alicia, “Tiempos Posmodernos: ajuste y salud mental”, Lugar Editorial, Bs. As. 1991, pág. 38.
[6] STOLKINER, Alicia, Ob. Cit., pág. 38.
[7]CASTEL, Robert, Ob. Cit., pág. 52.
[8] Fuente: INDEC – EPH 2018 – www.indec.gob.ar
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