Por Carlos Alfredo Rinaldi (Abogado – Especialista en Derecho de Familia)
El episodio de las tomas de escuelas secundarias en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, acción directa adoptada desde asambleas de alumnos/as y convalidadas por diversos Centros de Estudiantes, puso nuevamente el foco sobre la legitimación de las “juventudes” como agentes de cambio social, la forma de ejercicio de su representación política y de su ciudadanía, y la legendaria tensión entre autoridad (adulta) y rebeldía juvenil.
Me permito aseverar que hablar de “juventudes”, es mucho más que referir a una palabra o concepto. “Juventudes”, es una categoría socialmente construida que debe analizarse desde múltiples dimensiones: simbólica, fáctica, material, histórica y política.[1] No existe un “mundo joven” ni hay una esencia de “la juventud”. Lo que existe es un conjunto de relaciones sociales, de poder, de fuerza; que van estableciendo los límites de lo que en cada época se considera “juvenil”.[2]
Desde ya, la primera tensión, la primera diferencia, que debe intentar zanjar “lo juvenil”, está dada por el cuestionamiento hacia lo instituido, hacia lo “prefijado” como valioso, desde la perspectiva de la “autoridad de los adultos”.
El choque de estas dos perspectivas puede gestionarse desde el consenso, lo que muchas veces importa una renuncia a determinados intereses en favor de otros, siempre para alcanzar una respuesta superadora.
Pero cuando el camino del consenso no es posible, se dinamiza una escalada de la confrontación. Requiriéndose de los actores antagonistas, otros esfuerzos adicionales para conquistar los cambios esperados.
El conflicto que durante semanas concitó la atención entre estudiantes y autoridades, motorizado por las tomas, reactivó un conjunto de representaciones, prejuicios y violencias que se enfocan sobre “lo Juvenil”, y que lejos de buscar consenso, pretendieron desautorizar la validez del reclamo y de su método de instrumentación, deslegitimando la representación estudiantil y cuestionando el ejercicio político de la ciudadanía de los adolescentes involucrados.
Es que, cuando una medida como la adoptada, la toma es este caso; escapa a la posibilidad de control y vigilancia de las “Autoridades” (en términos generales), y no cede frente a la “recomendación fraternal de deponer ciertas actitudes disruptivas”, esa mirada sobre la “juventud” comprometida con sus derechos y con capacidad de involucrarse en la lucha por éstos y por su eficacia, se transforma en un problema serio para los adultos. Pues se evidencia una organización que escapa a los tiempos, seguridades y expectativas que se tienen sobre el “mundo juvenil”, que como tal, “merece” ser sometido a control para generar respuestas previsibles.
Cuando los pibes marcan la agenda pública, ponen en acción su autonomía progresiva, defienden su juicio propio sobre la cuestión política, o dejan de ocupar ese “aspiracional de futuro” para constituirse en una realidad efectiva y presente. Es lógico, que la respuesta de las “instituciones adultocéntricas” sea mezquina y violenta, tanto en sus discursos, como en sus acciones.
Nuestra sociedades prefieren muchas veces, fórmulas de diseño. Factibles de manejar y controlar sin sobresaltos. Cuando ello no ocurre, muestra sus más severos sesgos autoritarios. Toca a los “Jóvenes” sufrir estos embates en las más diversas oportunidades.
El Estado, la Familia, la Escuela, siguen pensando a la Juventud como una categoría de tránsito, como una etapa de preparación para lo que sí vale; la juventud como futuro, valorada por lo que será o dejará de ser.[3]
La construcción cultural de la categoría “joven”, al igual que otras “calificaciones” sociales (mujeres, género, disidencias, entre otros) se encuentra en fase aguda de recomposición, lo que de ninguna manera significa que ha permanecido hasta hoy inmutable. Lo que resulta indudable es que vivimos una época de aceleración de los procesos, lo que provoca una crisis en los sistemas para pensar y nombrar el mundo.
Volviendo al principio, “la juventud no es más que una palabra…hablar de los jóvenes como de una unidad social, de un grupo constituido, que posee intereses comunes, y referir estos intereses a una edad determinada biológicamente, constituye una manipulación evidente.”[4]
[1] MARGULIS, Mario y URRESTI, Marcelo, La Juventud es más que una Palabra, Edit. Biblos, Bs. As., 1998
[2] SAINTOUT, Florencia, Los Jóvenes en la Argentina. Desde una epistemología de la esperanza, Edit. Universidad Nacional de Quilmes, Bs. As., 2013.
[3] REGUILLO CRUZ, Rossana, Emergencia de Culturas Juveniles. Estrategias del Desencanto, Edit. Norma, 2000.
[4] BORDIEU, Pierre, La Juventud no es más que una palabra, En Sociología y Cultura, Colección Los Noventa, México CNCA – Grijalbo, 1990.
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