Por Carlos A. Rinaldi – Abogado especialista en Derecho de Familia
Nuestras sociedades, son sociedades en permanente cambio. Dichas transformaciones de índole cultural, político, económico y hasta doméstico, conmueven su estructura y la afectan en sus diferentes esferas, también en las concernientes a las relaciones familiares.
La atención cultural ha migrado desde la importancia asignada al trabajo para la producción de bienes y servicios, hacia el consumo. En un contexto donde es posible producir menos bienes con la ayuda de tecnologías sofisticadas, el sujeto que el sistema actual demanda para su reproducción es el consumidor.1
Esta compulsión por consumir afecta diversos aspectos de experiencia social y subjetiva. Los vínculos de intimidad entre las personas no pueden sustraerse a esta dinámica, característica de nuestra época.2
En Occidente existe un incremento sostenido de los divorcios, muchos ocurren al cabo de poco tiempo de contraer matrimonio, lo que ha dado lugar a un auge de las uniones de hecho en todos los sectores sociales. Este parece ser un indicador de que el matrimonio como institución social atraviesa un momento crítico.
El número de niños y jóvenes que están expuestos a circunstancias familiares cambiantes y que solo conviven un tiempo breve con ambos progenitores va en aumento, y se estima que, en los países desarrollados, alrededor de la mitad de ellos pasará por algunos de estos avatares familiares.3
Este escenario implica que gran parte de esos niños y adolescentes, vivirán en hogares monoparentales, o en familias ampliadas dónde tendrán convivencia con abuelos o tíos, o estarán en compañía de un adulto no progenitor, cónyuge de uno de sus padres, que habitualmente pero no siempre es la madre.
En Argentina, las familias monoparentales, es decir, en las que hay un solo adulto a cargo de sus hijos, representan el 11 por ciento del total de hogares. La gran mayoría de los hogares monoparentales (el 84%) está a cargo de mujeres, de allí la conveniencia de adecuar la categoría a la noción de “familias monomarentales”. Son ellas, en general, quienes se quedan al cuidado de los hijos e hijas luego de la disolución conyugal o convivencial.1
En resumen, las familias ensambladas, son las familias predominantes y han reemplazado el esquema estructural de la familia tipo biparental. Estas familias ensambladas, se originan en las nuevas uniones que se producen luego de una separación, divorcio o viudez, cuando uno o ambos integrantes han establecido anteriormente un lazo conyugal. Se trata de grupos familiares donde conviven y circulan niños y adolescentes que son productos de nuevas uniones.2
El nivel de conflicto en estas familias suele ser elevado. Se observa que los progenitores padecen situaciones donde su aptitud se ve deteriorada de forma transitoria o permanente. La parentalidad como función entre diversos actores cuyas funciones se superponen y resultan difíciles de delimitar. La complejidad y la ambigüedad caracterizan estas estructuras familiares. Algunos especialistas en los análisis de estos conflictos, coinciden en consideran que “muchas de las dificultades por las que atraviesan estas familias derivan de una carencia simbólica para sentido a su experiencia”.3
Las necesidades de niños y adultos que conviven es estas familias con frecuencia compiten entre sí. Los adultos desean asemejarse a un hogar nuclear y los hijos desean mantener contacto con el hogar del otro progenitor no conviviente. Otras necesidades en conflicto pasan por el fortalecimiento de la pareja versus el vínculo paterno-filial o el de progenitor afín e hijos afines. (Antes, peyorativamente consagrada como relación padrastro/madrasta – hijastros)4
Es necesario abordar estas situaciones de convivencia planificando espacios compartidos por las diversas díadas o alianzas o subgrupos dentro de la familia, o sea repartiendo el tiempo del progenitor custodio entre su pareja y sus hijos, o arreglando salidas entre el progenitor afín y los hijos afines. En síntesis, se debe equilibrar las necesidades de cada integrante de la familia ensamblada.
Evitar la sensación de desplazamientos, de reemplazos o de ruptura para dar continuidad al devenir familiar y evitar desencuentros. Las familias cambian y pueden reestructurarse, y todos sus miembros, en especial los más vulnerables merecen contención adecuada. A los adultos nos toca, mitigar los eventuales daños colaterales.
1 https://145.223.94.103/la-realidad-de-las-familias-monomarentales/
2 GROSMAN, Cecilia y MARTÍNEZ ALCORTA, Irene, Familias ensambladas, Editorial Universidad, Buenos Aires, 2000.
3 ABADI, Gloria, Acerca de las familias ensambladas. ¿Quién es ese hombre leyendo el diario en mi casa?, Psicología, diario Página/12, Buenos Aires, 19/07/2007.
4 MELER, Irene, ídem, pág.111.
1 BAUMAN, Zygmunt, Modernidad Líquida, FCE, Buenos Aires, 2000.
2 MELER, Irene, Recomenzar: amor y poder después del divorcio, Paidós, Buenos Aires, 2013, págs. 15/16.
3 MELER, Irene, ídem, pág. 25.
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