Por Carlos Alfredo Rinaldi – Abogado – Especialista en Derecho de Familia
Los sucesos de la última semana, en relación al confuso secuestro de una niña perteneciente a una familia en situación de calle, reactivaron un debate sobre la invisibilidad del gran colectivo de personas que viven en esa condición en Argentina. Colectivo integrado en más de un 60%, por niñas, niños y adolescentes.
La problemática de la pobreza estructural en la Argentina y en Latinoamérica, se ha extendido y agudizado sobre todo a partir de la década del ’90. Las grandes excluidas por la deuda social argentina, son las Infancias Pobres. En este sentido es dable remarcar la caracterización de este fenómeno como: Infantilización de la Pobreza, ya lo hemos dicho en varias oportunidades.
La Infantilización de la Pobreza recrudece a través de otros fenómenos asociados a ésta; los bajos niveles de alfabetización, la falta de ingresos regulares en determinados grupos familiares, la marginalidad, etc. Estos escenarios se han caracterizado por responder a modelos de crisis que han castigado a los sectores populares, profundizando el abanico de falta de oportunidades. La “mundialización de la crisis” condujo a la aplicación de políticas comunes internacionales para su superación. La apertura de los mercados, la desestatización de la economía y la flexibilización laboral conforman hasta hoy el trípode organizador capitalista.[1] Pero lejos han estado de resultar una respuesta adecuada a los problemas asociados a la pobreza estructural.
Uno las consecuencias más desfavorables de la política neoliberal de los años ’90 en Latinoamérica, ha sido el significativo aumento de la niñez y adolescencia en situación de calle. La población en “situación de calle”, está conformada por aquel colectivo de personas, que por diversas circunstancias han quedado deshabilitadas para acceder a la plena satisfacción de sus derechos fundamentales. Quedando relegadas de los circuitos de integración comunitaria formal, y reconociendo al anonimato del espacio público como su lugar de pertenencia.
Es el colectivo, considerado como “sujeto social”, al que se ha negado material y simbólicamente, separándolo del conjunto de las relaciones sociales, restándole valor ciudadano y estigmatizándolo.[2]
Pero detengámonos un momento a pensar, “en la calle”. En su significado, en su implicancia y alcances.
La calle no es otra cosa que el espacio público, o más bien, uno de los elementos del espacio público. Lo público, por oposición, se erige como aquello contrario a lo privado. Allí yace la principal diferencia, la histórica dicotomía entre “lo público” y “lo privado”.
El espacio público, es para Hannah Arendt, el escenario en el que se consolida el carácter político del individuo. Nuestra posición frente a lo público nos coloca en la necesidad de defender nuestro lugar, un lugar político, un lugar de pertenencia.[3] Es que lo público, en la concepción de las sociedades modernas, requiere de los individuos mayores grados de participación. Desde los antiguos, la participación en la res pública estaba ligada a ese lugar al que se accede en la condición de ciudadano, con el objeto de coadyuvar en las decisiones que hacen al bienestar del conjunto.[4]
Por tanto, “lo público”, requiere para ser tal, de ese carácter de “apropiación”. No era lo mismo ganar las calles en la década del ´60 o del ´70, tiempo de desestabilización, revoluciones y represión, que ganar la calle en la década de los ´90, tiempos de crisis económica, desocupación y empobrecimiento de grandes sectores sociales.
Sin embargo los pibes de la calle, no ganaron la calle -aunque así lo sientan o entiendan desde sus imaginarios-, sino por el contrario, la calle les cobija con indiferencia, y en alguna medida, podríamos decir, que es ella, la calle, “la que les ha ganado a ellos”.
La calle es para los pibes ese espacio público en el que logran la “impersonalidad”, el anonimato, la fuga. La calle en tanto escenario; representa para este colectivo, un espacio que no recrea ese tópico dilucidado por Arendt, sino todo lo contrario, es una herramienta de profundización de las condiciones de marginación o de “despolitización del sujeto”. Es un ámbito de “deconstrucción de la subjetividad de los niños que la frecuentan”.
Al clásico planteo teórico realizado, entre otros, por Alfredo Moffat[5], sobre “Chicos de la calle” y “Chicos en la calle”, relativo al grado de permanencia y/o vínculos con un núcleo familiar de origen más o menos estable, le sigue uno más moderno, bajo la idea de “situación de calle”.
La “situación de calle”, conceptualmente, refiere a la condición jurídico-social en la que se encuentran aquellas personas que no han podido acceder a los beneficios de la ciudadanía. Entendida esta última, no como la enunciación de un catálogo de derechos sociales y políticos, sino como la realización misma del proceso de desarrollo de los derechos subjetivos inherentes al ciudadano en las sociedades igualitarias.
Esta realidad de marginación social, es aún más dramática, si sus principales protagonistas son niñas, niños y adolescentes. Puesto que la calle, como espacio público, es el último reducto de pertenencia al que pueden recurrir aquellos que no tienen nada, o los que han perdido todo.
La niñez y la adolescencia en situación de calle, se ve expuesta a numerosos peligros y abusos. Los que llegan desde las propias agencias del Estado muchas veces, y también desde los particulares.
Basta recordar, que la gran mayoría de los pibes que están en situación de calle con cronicidad, poseen un alto grado de frustración en relación a experiencias institucionales (fuga de hogares transitorios, internaciones forzadas, etc.), y terminan volviendo a recuperar el único espacio incondicional que reconocen como propio; “la calle”.
La calle es muchas veces una salida; frente grupos familiares violentos o promiscuos, frente a la violencia institucional, a la represión policial, al fracaso de programas focalizados disfrazados de “presuntuosas políticas públicas”. En fin, frente a los excesos protagonizados por las instituciones ideadas y forjadas desde el lenguaje simbólico de los adultos.
Además, resulta aún más preocupante, el crecimiento de realidades que afectan directamente al niño/a y adolescente en situación de calle, tales como: el fácil acceso a las drogas, y en especial a las de peor factura y más nocivas, la incorporación en los circuitos mafiosos de la mendicidad organizada; regenteada por adultos inescrupulosos, incluso pertenecientes a veces, a su mismo grupo familiar, o el acceso a los canales de la prostitución infantil y adolescente.
Demás está decir, que los niveles de intolerancia para con los integrantes de este colectivo han crecido exponencialmente, al punto de intentar criminalizar la situación de calle. De allí, las numerosas denuncias de apremios ilegales apuntadas por chicos “levantados de la calle” por personal policial y alojados inconstitucionalmente en comisarías, bajo el amparo de la anacrónica y fascista atribución del “resguardo”; que todavía rige en la Ley Orgánica de la Policía de Santa Fe, por caso.
La permanencia en calle no es un delito, sino la espera esperanzada de los pibes que exigen respuestas, que exigen derechos. Se hace imperioso morigerar las “concepciones criminalizantes de la situación de calle”. Al punto que un nuevo abordaje, desde la perspectiva de la Doctrina de la Protección Integral, requiere de la incorporación de otras herramientas, como la inclusión, la escolarización, la igualdad de oportunidades, el fomento del esparcimiento, etc.
Es menester que la acción de todos los agentes involucrados en la problemática; se encuentre orientada a fomentar caminos donde la excepcionalidad, el no prejuzgamiento y la colaboración, sirvan para regenerar otro vínculo de los pibes con la calle, permitiéndoles ver alternativas mucho más beneficiosas. Y que sobre todo, no conlleven la necesidad de pedirles que resignen nada a cambio.
Pensar en alternativas cooperativas desde donde intervenir con los chico/as en situación de calle, para que sean éstos los gestores de su propio proyecto. Desalentando la puesta en práctica de políticas focalizadas de carácter genéricas, que intentan aplicar soluciones comunes a casos o situaciones que no son idénticas, recortando la posibilidad de un planteo mucho más cercano del tema, en base a la vivencia personal del intervenido.
Es buen romance, es menester generar políticas públicas en la materia, desde la experiencia y la necesidad de los propios interesados, los pibes.
[1] ALTAMIRA, Carlos. Crisis y Movimiento Obrero ¿Hacía una nueva centralidad obrera?, Revista Margen Izquierdo, Año 1993, N° 7, Bs. As.
[2] BIANCHI, Lucia y GASPARINI, Daniela, “Ningún Pibe nace chorro”, Buenos Aires, Edit. Nuestra América, 2012, pág. 22.
[3] ARENDTH, Hannah, La Condición Humana, Paidos, Buenos Aires, 2001.
[4] O´DONNELL, Daniel; La convención sobre los derechos del niño: Estructura y contenido, Derecho a tener derecho, UNICEF, T° 1, Buenos Aires, 2000, pág. 35.
[5] http://www.otredades.org/2014/10/30/la-mirada-del-otro-alfredo-moffatt/
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