Renombrar para gobernar: la batalla simbólica en espacios públicos

Por Rocio Jaimes – Publicista (Comunicación Política)

Los monumentos que encontramos en cada ciudad reflejan la historia y los valores a los que aspira la sociedad. Cada monumento, edificio o estatua contribuye a construir la identidad del lugar. Sin embargo, los personajes elegidos para ser inmortalizados en estos espacios generalmente son seleccionados por el gobierno, y esta decisión no es al azar. Se trata de figuras con las que la administración busca identificarse, convirtiendo así estos lugares en herramientas de propaganda política.

Hace unos días, vimos un ejemplo de la disputa de propaganda politica en el reciente cambio de nombre del antiguo edificio del Correo Nacional. En el año 2005, el edificio fue recuperado por el gobierno nacional, bajo la presidencia de Néstor Kirchner, para transformarlo en un centro cultural del bicentenario. Tras la muerte de Kirchner en 2010, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner decidió renombrarlo como “Centro Cultural Néstor Kirchner,” buscando inmortalizar al expresidente y fortalecer la centralidad de su figura en el movimiento kirchnnerista que se había desarrollado en el país.

Quince años después, con un cambio de administración y una nueva ideología en la presidencia, el nombre volvió a modificarse, ya que la figura de Néstor Kirchner es considerada por el nuevo gobierno como un símbolo opuesto a sus valores. El pasado 10 de octubre, el presidente Javier Milei decretó el cambio de nombre a “Palacio de la Libertad, Centro Cultural Domingo Faustino Sarmiento”, utilizando nuevamente este imponente espacio para promover los valores de su propia ideología.

Esto nos hace ver que la creación de monumentos y edificios y el cambio de sus nombres refleja no solo el homenaje a figuras históricas, sino también el ejercicio de poder y propaganda que cada gobierno imprime en su gestión. Estos cambios responden a la necesidad de cada administración de plasmar sus valores y reforzar sus ideales en espacios visibles y emblemáticos de la sociedad.

Por lo tanto el reconocimiento historico pasa a segundo plano para imponerse la propaganda de una identendad politica, para lograr proyectar y perpetuar la narrativa del partido en el poder.

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