Escribo estas líneas para que otras mujeres entiendan que la violencia no es sólo física sino que se puede vivir un tormento sin llegar a las trompadas. Que el amor no es algo romántico siempre, sino que duele cuando decidimos dar demasiado a las otras personas hasta perdernos a nosotras mismas.
A Mauricio lo conocí de casualidad por un tercero que nos presentó, meses después comenzamos a hablar y su desfachatez me cautivó, su rebeldía, su inteligencia y su personalidad irreverente me atrajeron. Se autoafirmaba como un feminista y un respetuoso de las mujeres pero después descubrí que era solo una fachada.
Yo no quería tener una relación, venía golpeada de otra historia de amor que dolió demasiado, pero el amor no se controla, simplemente sucede.
Y sucedió que nos hicimos grandes amigos y con el tiempo el amor surgió, pero de a poco ese amor se volvió insoportable; a las pocas semanas Mauricio comenzaba a mostrar su verdadero rostro, un rostro de una persona maltratadora, con un profundo desinterés por mí. Comenzaron las palabras duras, las agresiones, los desplantes, pero no quise verlo en ese momento, y seguí confiando en él. No supe advertir las primeras señales de alguien violento, a pesar de que me leí todos los manuales de violencia de género y ayudé a muchas chicas a salir de sus infiernos personales.
Me reconocía en cada uno de esos manuales, los agüjeros en sus relatos, las mentiras, el amor que decía sentir por mí pero que nunca demostraba, me trataba horrible, me insultaba y después me pedía perdón; “porque él me amaba y yo lo amaba” era su excusa y yo que no me amaba ni un poco, que crecí viendo como mi viejo le “demostraba su amor” a mi vieja a los golpes y con celos posesivos, me aferraba a un hombre que sólo lograba lastimarme.
Pasé semanas, meses en las que todo dolía, en las que volvía a creerle, porque me aferraba a esa ilusión de formar una familia. Soy madre de una nena de cinco años y la maternidad me pesa cada día más, me siento sola, vulnerable y necesitaba de alguien que me contuviera a mí; que me amara en esos días en que sentía que no podía más y que me cuidara en los días difíciles, y él me había prometido eso, una familia, un proyecto en común, el me decía que podíamos lograrlo juntos.
No supe poner límites cuando en una fuerte pelea insultó a mi hija y a mí, se burlaba de su aspecto físico y me decía que cualquiera me usaba y me tiraba, me desvalorizaba continuamente como mujer, pero después de insultarme me pedía perdón y me repetía que las cosas que decía las hacía de bronca pero que no las pensaba.
Yo no conocía lo que era el amor sano, sólo recuerdo tener una relación que fue sana porque en todas las anteriores el maltrato estaba naturalizado. Reconozco que en momentos de tanta impotencia también insulté y dije cosas horribles de las que luego me arrepentí; pero estaba enferma yo también o eso creía. Estaba tóxica y me había apegado afectivamente a alguien que me trataba como lo que yo creía que era; una basura, alguien malo, una mujer que merecía ese tipo de amor.
Las peleas se volvieron moneda corriente, los insultos eran parte de la relación cotidiana hasta el punto que perdí mi trabajo porque empecé a hablar, a decir que no quería más este maltrato y porque contacté a personas de su círculo íntimo para que parara de insultarme a mí y a mi hija porque incluso su gracia era hacerlo a través de las redes sociales donde se burlaba de ella y de mi condición de madre soltera.
Cuando todo se destruyó dejé de comer, perdí muchísimo peso, todos me decían que me encontraba perfecta, que estaba hermosa, pero yo no podía decirles que era una muerta viviente, que muchas veces coqueteé con la idea de quitarme la vida porque no quería que mi hija tuviese una madre infeliz. Le había fallado a ella y me había fallado a mí, porque no podía cortar con esa relación. Quería pedir ayuda, pero no podía hacerlo, porque mi orgullo era más fuerte, porque necesitaba que todos me vieran como una mujer fuerte, madre de una hija, empoderada, una luchadora.
No podía entender cómo podía extrañar a alguien que me había lastimado tanto, cómo podía pensar en volver con él cuando todos los límites se habían cruzado. Nunca me pegó, pero creanmé que una palabra, un insulto, duele como una patada en el estómago, que no deja huellas, pero que me hacía sentir en el piso tirada y con el pateándome con sus palabras.
Al lado suyo la pasaba mal, salvo algunos momentos en que sentía que las cosas iban bien, él se encargaba de burlarse de mí y hacerme sentir mal, como la noche en que puso una canción de la Bersuit en mi notebook y me dijo que le recordaba a su ex mujer y que pensaba en ella, y me largué a llorar, o la noche que salimos solos a tomar unas cervezas y cuando volvimos nos quedamos en casa y empezó a molestar a mi hija a tal punto que le pedí que se fuera, o como cuando peleábamos y me decía que él tenía relaciones sexuales con otras mujeres, incluso compañeras de trabajo. Vivía metido en su vida virtual del celular hablando vaya a saber con quién, pero si yo le llamaba la atención me decía que era una exagerada, cuando lo que le pedía un poco de atención, un poco de amor, un poco de cariño.
Siempre lo dejaba, nos peleábamos todas las semanas, el me decía que a él nadie lo dejaba, que entonces él me dejaba a mí pero después volvía a pedirme perdón.
Pero cuando lo dejé finalmente, luego de haber sobrepasado todos los límites, se sintió herido en su orgullo y volvió una vez más, me prometió amor, un cambio de actitud, me dijo que había entendido que yo valía la pena y que no podía perderme porque me amaba y me necesitaba. Y una vez más le creí, otra vez estaba ahí con el poco amor propio que me quedaba creyéndole una vez más, a pesar de que todos los manuales de violencia me decían que las promesas de amor son parte de ese círculo vicioso, “la luna de miel” le llaman a este ciclo, en el que describe que el hombre pide perdón y promete no volver a ser violento, que reconoce la culpa y resurge la relación.
Lo que dice después este ciclo, es que la mujer perdona porque quiere creer que será así aunque en su desasosiego teme que se repita y esta fase desaparece progresivamente a medida que aumenta de nuevo la tensión y se reproduce el ciclo.
Y ahí estaba de nuevo el ciclo repitiéndose, él volviéndome a maltratar, a plantearme dudas sobre mi valor personal, a dejarme plantada esperándolo muchas veces, cuando se iba con sus amigos, a decirme que no lo molestara. Otra de las cosas que pasaban siempre, si él estaba de mal humor, o con sueño, el objeto de su maltrato era yo.
Yo sentía que yo estaba enferma, que estaba mal, que algo malo tenía, el lo reafirmaba diciéndome que “todos los autos no podían ir siempre en contramano”, que el problema era yo, haciendo referencia a otras historias fallidas.
Mi terapeuta me decía que cómo podía pasarme esto a mí, una feminista que luchaba para que las demás no sufrieran violencia, que por qué no me reconocía que estaba viviendo una situación similar.
Pero yo lo justificaba, decía que me lo merecía porque muchas veces provoqué esos maltratos, porque enojada ataqué su virilidad o lo maltraté porque estaba harta y necesitaba defenderme.
Empecé a tener ataques de ansiedad, a pesar de lo mal que me había hecho, lo extrañaba, prefería estar con un malo conocido que no me valoraba, a estar sola, y volví a buscarlo. Había días en que me decía que no lo molestara, que lo dejara en paz, otros me llamaba su “gorda”, me decía que me amaba pero que no entendía que le pasaba, pero en el mientras tanto, hablaba con otras mujeres.
Lo insulté tanto que salí del papel de víctima y me convertí en victimario, haciéndole planteos.
Hace poco, mientras me decía que todavía me amaba, subió fotos a las redes con una nueva mujer, otra historia calcada, una mejor amiga con la cual había nacido el amor; otra vez él estaba llenando ese vacío con otra persona pero que esta vez no era yo.
Mientras me curo las heridas, sigo sin comer y sin dormir durante noches enteras, con ese dolor en el pecho que preferiría morirme antes de sentirlo, busco a una psicóloga que me ayude a superar estos ataques de ansiedad, esta me hace entender que juego el papel de perdedora y que me creo tanto ese papel, que busco personas que reafirmen esa condición de fracasada, y que nadie envidia a un perdedor, al contrario, sienten lástima por él, y ese papel era el que yo jugaba y por eso no podía cortar con esa relación.
De repente siento un empoderamiento lindo, los ataques de ansiedad cesan y me doy cuenta que puedo, que soy más fuerte de lo que creí ser, que llegué hasta acá atravesando miles de situaciones duras, incluso una maternidad sola, que yo valgo, que yo puedo. Que nadie me completa más que yo, que nadie puede darme amor sino me cuido yo misma, que si no me valoro, nadie va a ver ese valor.
Me abrazo, me quiero un poco, la abrazo a mi vieja que tampoco pudo pedir ayuda cuando la violentaron, me siento un poco más liviana, más segura, hasta quizás hoy vuelva a comer después de mucho tiempo.
Clara..
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