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Los adultos y nuestra relación con las infancias

Por Carlos Alfredo Rinaldi (Abogado – Especialista en Derecho de Familia)

La autonomía progresiva, la construcción de una nueva subjetividad, la dimensión política de las Infancias y sus derechos, han creado un marco propicio para fundar un discurso emancipatorio sobre la niñez y la adolescencia.

Emancipación que representa sortear los mandatos disciplinantes del cuerpo y de la mente. Una infancia emancipada, que superó a la minoridad, que superó su condición de infancia menor, no sólo para adoptar el ropaje de la protección integral de la niñez, si no para decidir con libertad plena.

Carlos Rinaldi

Los derechos del niño inscriptos en la filosofía de los derechos humanos, representan una utopía, pero al mismo tiempo, y esencialmente un instrumento de combate; conforman un discurso esperanzado que gesta e imagina una sociedad y una familia forjadora de un hombre libre y constructivo.[1]

No se puede hablar de los derechos del niño en la familia sin engarzarlos en la trayectoria de nuestro Derecho de Familia, que va desde el modelo autocrático fundado en la autoridad omnímoda del padre, hasta el sistema actual que alumbra, como analizamos, un funcionamiento democrático, aún no cristalizado.[2]

Es con esta nueva racionalidad que pueden leerse las normas que convierten al niño en un sujeto de su propio devenir.

Es ahora, en este tiempo, cuando los fundamentos de la crianza se transforman. Cuando la familia deja de ser un dispositivo normalizador, para transformarse en la promotora de una nueva subjetividad, donde la que libertad ocupa un lugar central. Donde las ideas de emancipación de las infancias, corren los límites, cuestionan la autoridad parental, y hasta configuran sus propias reglas.

Hoy estamos en una sociedad “hiperactiva”. Todos corremos suponiendo que podemos quedar “fuera” del mundo, que si nos detenemos vamos a perder el tren del “progreso” y ser excluidos del universo deseable. Nos enseña, Cornelius Castoriadis: “Si el hacer de los individuos está orientado esencialmente hacia la maximización del consumo, del poder, de la posición social y del prestigio (únicos objetos de investidura que hoy son socialmente pertinentes), a la expansión ilimitada del control “racional” con móviles esencialmente egoístas, donde cooperación y comunidad no existen sino bajo un punto de vista utilitario, lo que es necesario es una nueva creación cultural.”[3]

En la época actual, que no es seguramente peor que otras pero que tiene características específicas, solemos lanzar a los niños a una excitación excesiva sin sostén y sin posibilidades de metabolizar a través del juego lo que les pasa. Esto determina, cierto tipo de funcionamientos que aparecen como patológicos y que no pueden pensarse sin tener en cuenta las condiciones familiares y sociales que los producen. Lo que se espera son “rendimientos”, “producciones” que permitan incluirlos en el mercado exitosamente.

 Se vislumbra en los grupos familiares cierta pérdida de la asimetría propia del vínculo padre-hijo, lo cual lleva a que el sostén y la regulación de este grupo se vean impactados. No hay brecha generacional y muchas veces la discriminación de los roles se invierte.

Recrudece aquí el debate en torno a un punto fundamental: la paridad niño-adulto. Se suele quebrar toda diferencia generacional. Los niños quedan expuestos a los desbordes de los adultos, y no son reconocidos como niños. Se les otorga un enorme poder (tan enorme como falso), se los ubica como los que lo pueden todo y después los mismos adultos que lo entronizaron y lo convirtieron en el que podía decidir todo, se enfurecen con él porque fracasa en el sostenimiento de pautas escolares y familiares.[4]

Hay que repensar la conflictiva edípica en estos tiempos, en que muchas veces uno queda excesivamente excitado, con dificultades para tolerar el pasaje por el complejo de castración, en tanto la prohibición del incesto no es clara, en tanto se borran las diferencias. Elizabeth Roudinesco sostiene que “la familia venidera debe “reinventarse” una vez más”. [5]   

Otro tanto ocurre en torno a las percepciones, el género y a la nueva doctrina sobre la identidad. La Niñez y la Adolescencia se interpelan a sí mismas, y se emancipan de los mandatos. Otorgando a la problemática otros matices, a veces polémicos.

Se discuten los mandatos, se recrea la lógica del juego; ya no es el “rosa” el color de las nenas y menos aún el “celeste” el que identifica a los varones. La Educación Sexual Integral (E.S.I.), desacomoda los estándares de lo instituido, y abre las puertas a nuevas familias, ahora más igualitarias. Dos mamás, dos papás y la diversidad como bandera.

En ese terreno la identidad autopercibida se configura en una prerrogativa de derecho y es también un imperativo ético, y como tal, merece ser respetado en su diversidad. El discurso biológico, binarista y perimido, cede ante la voluntad, ante la decisión del interesado, ante la realidad que impone la vivencia de género, también en  niñas, niños y adolescentes.

Esta singularidad coloca en tensión los “bemoles tradicionales” de la crianza, pues imponen la necesidad de dotar a los niños y adolescentes de los elementos simbólicos que les permitan construir su identidad de manera integral.

Sentirse, verse, percibir y vivenciar la identidad. Fuera de cualquier imposición.


[1] GROSMAN, Cecilia, Los Derechos del Niño en la Familia. La ley, creencias y realidades, UNICEF/Losada, Buenos Aires, 1994, pág.74.

[2] GROSMAN, Cecilia, ob. cit. Pág. 79.

[3]  ORMANDO, María Laura, Postales de familia: de los Ingalls a los Increíbles, Revista Topía- Año XIX- Nº 57- marzo 2010- Buenos Aires, págs. 3-5.

[4] ORMANDO, María Laura, ob. cit., pág.6.

[5]  ROUDINESCO, Elizabeth, La familia en desorden, Ed. FCE. 2003, pág.123.

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